Powered By Blogger

Balthezor NothReally

Balthezor NothReally
Bardo Itinerante

miércoles, 28 de abril de 2010

Viaje hacia el centro del alma (editado)

Existe una diferencia primordial entre las drogas meramente recreacionales y aquellas realmente sanadoras, las bien llamadas plantas sagradas. En mi experiencia debo decir que las últimas sólo deberían ser aplicadas a través de un mentor, alguien que conozca los efectos y pueda realmente preparar un setting en que la medicina surta el mejor efecto posible, en definitiva, con una ceremonia de por medio. Hubo un tiempo en que no me hacía sentido tener que acceder a un ritual extraño para poder sentir los efectos de ciertas plantas, estaba acostumbrado a auto explorar a través de lo lúdico las experiencias que brindan los psicotrópicos, a través de la práctica supe que sustancia provocaba relajo, euforia, alucinaciones y aprendí a utilizarlas en los momentos y dosis adecuadas para cada ocasión (con uno que otro resbalón propio de la experiencia empírica).
Sin embargo, en la medida que mi formación profesional se fue puliendo, encontré cada vez más coherencia y curiosidad en la experiencia de estas ceremonias.
Accedí a una de ellas gracias a una muy querida mentora, una persona hermosa que me indicó por donde debía dirigirme para encontrarme con los temidos estados alterados de conciencia, quizás vio la necesidad de mi mente de mirarme por dentro, quizás pensó que podía ser un aporte a quienes eran participes de la ceremonia, la verdad nunca lo sabre, lo único que sé, es que dio en el clavo al permitirme ser parte de esta situación.
Arribe al campamento temprano, había una pequeña ceremonia de preparación que consistía en un temazcal, algo que nunca había escuchado y que exacerbó mi curiosidad por las prácticas. Con mucho respeto seguí cada paso lo mejor que pude, aunque no sabía muchos cánticos intenté concentrarme y dejarme llevar por la catarsis que nos unía con los demás integrantes. No recuerdo bien el orden, unos hermanos mapuches entonaron sus cantos a la tierra seguidos de saludos a los cuatro puntos cardinales, se veneraban los elementos el viento, la tierra cada vez qeu eran invocados me daba la impresión que se hacían presentes, a través de su veneración nos hacíamos concientes de su existencia, con la verbalización atraíamos su esencia a la psique y nos compenetrábamos con los sonidos a la mística relación del ser humano con su medio.
Luego hicimos rapé, que es básicamente tabaco seco inhalado, al principio me chocó mucho, los ojos se me humedecieron y sentí un estruendo en mi cabeza que provocaba un agudo dolor en el lóbulo frontal, casi como una inyección de wasabe a la aorta. Poco a poco y luego que el picor y la incomodidad se diluían, mis pulmones se comenzaban a aliviar,lentamente mi cuerpo dejaba de estremecerse y mis conductos respiratorios se despejaban, parecía como si mi cuerpo se hubiese activado, los estímulos del entorno me eran más delicados en la medida que recuperaba el aliento.
Entonces llegó la hora, unas rocas incandescentes estaban bajo una fogata y brillaban con un color rojizo que atraía la mirada, como un racimo de frutos elementales que brillaban con la intensidad de un escarlata resplandeciente.
Nos metimos en una ruca, la estructura era muy similar a las iglúes esquimales, solo que estaba construido con ramas que se entrelazaban en lo que parecía ser un desorden muy organizado de conexiones; Sobre esta disposición, había frazadas y mantas que impedían que tanto el aire del exterior como los rayos del sol penetraran la cúpula. Al entrar, no pude evitar sentir un escalofrío de claustrofobia, el espacio era más pequeño aún de lo que se veía por fuera, en su centro un acuencado agujero nos alejaba hacia los costados, casi rozando la circunferencia exterior del domo.
Cuando estábamos todos apretujados en el interior, uno de los asistentes sacó una de las piedras flameantes, posicionándola justo en el agujero del medio; de inmediato, y casi por inercia, todos nuestros pies se recogieron al observar la brillante masa carmesí que se adentraba iluminando el interior del casco, una segunda y una tercera masa le siguieron, la puerta de entrada se cerró y mientras discutíamos lo que nos reunía en ese oscuro rincón, quien llevaba la ceremonia propagaba especias sobre “las abuelitas”, las que se extinguían luego de emitir un rojas pecas sobre la rugosa superficie.
Un aroma penetrante ingresaba por las narices, con formas fantasmagóricas danzaban al sonar de los tambores, el sudor corría por nuestras pieles y poco a poco el espíritu del guerrero despertaba sobre nuestros corazones. Cuando ingresaron las abuelas cuatro cinco y seis, lo qeu simbolizaba la apertura de la segunda puerta, el ambiente se intensifico, costaba respirar y las puntas de mis dedos ardían por la cercanía de las rocas, mientras intentaba mantenerme erguido el ritmo de mi respiración se dificultaba y pensaba constantemente en retirarme del lugar… Pero no lo hice. En vez de eso, esperé a la tercera puerta.
La novena abuelita marcó fuertemente su presencia, ahora en el interior estaba húmedo, caliente y frío a la vez. Mientras intentaba inhalar, me sentía transportado a una conexión ancestral, que si viene cierto en un principio del encierro era muy leve, poco a poco iba in crescendo, tomando posesión de nuestros espíritus mientras con cánticos nos poníamos en sintonía unos con otros. La necesidad de salir se hacía forzosa; pero me resistí, como todos dentro del domo. Resistí al cobarde en mi interior, el hedonista que buscaba el placer momentáneo, aquel que me mantiene esclavizado alejándome de mi futuro por la eterna búsqueda de experiencias inmediatas.
Después de la tercera puerta, la cuarta fue increíblemente pasiva, era como si de alguna manera nos hubiésemos adecuado al ambiente y nuestra forma física se impusiera sobre el medio ambiente. Había calma, había hermandad, la tierra, rodeaba mi piel, el sudor manifestaba el líquido vital, mi respiración me elevaba por sobre mi mísmo y el fuego sanador de la ruca ahora latía con fuerza en mi pecho.
Al salir, inspiré profundamente. Observe a mis compañeros guerreros y me regocije con la experiencia, algo difícil de transmitir, bizarro y etéreo, un recuerdo que sólo puede replicarse a través de la vivencia. Sólo de pensarlo me estremecía, y cuando recordé que por la noche la ceremonia de cuatro tabacos se venía con fuerza, sólo atiné a sonreír y esperar con ansias el momento de mirar hacia el interior. Mi cuerpo estaba preparado, pronto averiguaría si mi mente le haría compañía…

CONTINUARÁ