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Balthezor NothReally

Balthezor NothReally
Bardo Itinerante

viernes, 23 de abril de 2010

La imagen es todo...

Luego de una semana de aguantar adulto-pendejos en el viejo refugio de ñoñería al que llamo trabajo, las inminentes ojeras y mis hombros acercándose al cuello daban cuenta de mi stress, una semana llena de horas académicas adaptación a nuevos ritmos y muchísima pega me llevaron a evitar a toda costa terminar mis días laborales yendo directo a la cama. Como un impulso instintivo me forzaban una y otra vez a un relajo a la hora del japy awer al que accedía con gusto a bohemia en mis labios.
Cada día una experiencia diferente, unas excitantes, otras no tanto y los clásicos momentos rutinarios que a estas alturas del partido se repiten en un porcentaje asolador.
Eso al menos hasta que, tras una nómade velada, terminamos en la pink house nuevamente, aquel vortice del caos que atrae aventuras a domicilio.
Junto a mis compares nos acercamos a lo que prometía ser una fiesta entretenida y simpática, pues la casa había sido arrendada por un grupo de mechones para el relajo de principio de semestre. Simpático, pensé para mis adentros mientras nos acercábamos al oasis de perdición. Ilusamente idealizando el carrete de esa noche, al llegar nos dimos cuenta que la verdad distaba mucho de la fantasía onírica que había construido en mi cabeza.
En el patio se veía mucha gente, vasos en mano, el aroma a desorden les salía de los poros casi tan frenéticamente como el humo que desesperadamente inhalaban. Llamamos al dueño de casa y de inmediato la pendejez se manifestó en los odiosos malcriados que teníamos delante, un adolescente mañoso no concebía que pudieran entrar torrantes como nosotros a su patética celebración, nos lo hizo saber con pataleos y pucheros que se vieron abruptamente interrumpidos por una mirada y un par de frases cargadas de ubikatex. Para ese entonces ya suponía que seria una larga noche...
Compartiendo en la cocina un roncito, no podíamos dejar de notar el barullo gallinístico desde la mesa principal. Un grupo de niñas con un almas cargadas de publicidad y disney channel marcaban un segundo ritmo a los reggetones que reinaban el ambiente; nos deteníamos a ratos(cuando su volúmen se incrementaba demasiado), a escuchar su forma de interactuar, además de su lenguaje cargado de muletillas y símbolos que por su baja cantidad se repetían con bastante frecuencia, nos brindaban un zumbido del que no podíamos escapar, creo que incluso los perros podían sentir ese barullo agudo que hacía temblar los vasos de cristal sobre la mesa.
Casi por condicionamiento cada vez que necesitaban algo se dirigían a mi colega six-machine y le pedían alivio a sus superficiales necesidades: ¿donde esta el hielo?, ¿Tienes confort?, ¿Mas sillas?... Dios mío!, si hubiese sido mi casa esas nenas no hubieran durado dos segundos weiandome. Asi transcurrió la noche, mochas, reggeton, zumbidos huecolais y estupidez que sólo brinda la falta de experiencia social.
Llegó un momento cuando la fiesta estaba en su pick, luego de que los carabineros arribaran por tercera vez y cuando ya habían entregado su primer parte procedí a descargar mi vejiga a los campos de mi compañero, absolutamente libre, encanabizado y con una pizca de ron pa darme sazón.
Fue entonces cuando se desató, una turba de imbéciles estaba destrozando la casa, peleándose entre ellos como simios descerebrados, me acerque por el barullo y cuando vi esa tremenda masa lacerando el lugar sentí un escalofrío por la espalda. Mi sistema simpático estaba completamente activado de pronto y como un río de cocaína mis venas se inflaron con adrenalina, de pronto me sentí capaz de todo, mis músculos se sentían atentos, fuertes y tensos, listos para reaccionar frente a cualquier amenaza. Así salté al medio de la turba, tomé a dos papanatas y empujándoles con fuerza los llevé más allá de la reja dejándolos caer a los pies de la policía, la verdad no se si loa habrán tomado detenidos o no, pues sólo me preocupaba que habían otros cuatro pelafustanes revolviendo el gallinero que a estas alturas eran griteríos agudos y chucherías graves surcando el aire en todas direcciones. Afortunadamente otros “torrantes” me ayudaron distrayendo a los agresores más evidentes, de esa manera mientras los intentaban calmar, yo me dedicaba a tomarlos y sacarlos lo antes posible del foco problemático. Increíblemente durante todo el ajetreo nadie se atrevió a agredirme, fue entonces cuando caí, estaba recién rapado, con una polera verde, bototos y blue jeans, la palabra neonazi resonó en mi cabeza y mientras intentaba mantener las revoluciones andando una carcajada retumbó en mi cabeza.
Cuando terminé de echar al último pelagato la euforia no me dejaba descansar, tenía clases al otro día, así que salí con mi ipoc shushle a bailar dando vueltas para demorarme lo más posible en llegar a casa, no pude evitar pensar en las caras de pollito que tenía la gente cuando les gritaba en la cara, en el discurso donde les informe que el carrete se acababa, donde no volaba ni una mosca y todos acataban una ley impuesta sólo por lo que aparentaba ser el macho alpha, muy probablemente muchos del lugar habrían barrido el piso conmigo, pero entre la imagen de mí mismo manejando la situación, la imagen proyectada hacia los asistentes y la ropa de pelao cagao del mate, nadie refutó la autoridad que me entregó algo tan simple como el creerse el cuento (y por supuesto el disfraz para combinar). Por ahì alguien dijo: Lo importante no es ser fuerte, es creerselo...